La crisis del modelo económico

 

La crisis del modelo económico

 

      La actual economía de mercado no sólo supera cualquier sistema de planificación gubernamental, sino que, en última instancia, sirve de fundamento de la propia civilización. Sin embargo, el modelo económico que se pretende preservar es insostenible, injusto socialmente, e incompetente para nuestra felicidad, porque se sigue moviendo exclusivamente en el plano de las tres dimensiones básicas de precio, coste y beneficio, que permite la acumulación de capital, como si fuera un fin en sí mismo, cuando el beneficio material debería ser sólo un medio al servicio del bien común.

 

      La propiedad privada está en el origen de todas las civilizaciones y es el principio de todo desarrollo, forma parte de la felicidad, concede seguridad y libertad a quien la posee, y infortunio a quien carece de ella.

 

      La desigualdad económica entre los individuos tiene su origen en la constitución de las primeras normas y leyes, y en el derecho de propiedad donde se regulan las aspiraciones de posesión del ser humano. Es de suponer que en un principio el humano era un ser salvaje. A medida que la especie humana se fue civilizando, empezó a convivir percibiendo los defectos y virtudes de los demás, concienciándose de las diferencias y desigualdades humanas. Los hay más fuertes o más agraciados que otros, hay que cantan o bailan mejor, o son más hábiles o elocuentes... La formación de sociedades más complejas estuvo unida a la creación de entidades que regulaban los derechos y deberes de los individuos, educando su primigenia libertad de apoderarse de lo que deseasen, transformando sus antiguos sentimientos y maneras de vivir sencillas.

 

      Los humanos salvajes tenían, todos por igual, derecho a una parte de las tierras que habitaban, cuando sentían hambre cazaban o recolectaban, al anochecer buscaban refugio en cuevas, su relación con los demás se llevaba en armonía mientras abundara el alimento y no se presentaran conflictos. A medida que el hombre salvaje se alejaba de su naturaleza primitiva, elaboró herramientas que mejoraban sus acciones y pudo concentrarse en el progreso de otros aspectos de su nueva forma de vida, transformándose así en el ser civilizado.

 

      La convivencia en sociedad les llevó a identificar las situaciones que les enfrentaban en su vida cotidiana creando normas y leyes que determinaron el comportamiento con los demás. El individuo civilizado, motivado por un deseo de ser superior a los otros, creó una especie de máscara legal con el propósito de crear distinción entre los iguales. Este es el origen de la desigualdad entre los hombres y la causa de todas estas diferencias:” el salvaje vive para sí mismo; el hombre social, siempre fuera de sí, no sabe vivir más que en la opinión de los demás; y de ese único juicio deduce el sentimiento de su propia existencia.

 

Mientras un exiguo 1% de la población mundial acapara la mayor parte de la riqueza que generamos entre todos, las nuevas generaciones son cada vez más pobres. Miles de niños mueren cada día por causa de la desnutrición y enfermedades evitables, millones de seres humanos sufren la lacra del hambre y sobreviven en condiciones de vida inhumanas. Problemas propios de países del Tercer Mundo, ya están afectando a las capas sociales más empobrecidas en países desarrollados. Cientos de miles de familias de clase media se han visto abocadas a la pobreza alcanzando niveles de paro inadmisibles, casi superando el 50% entre los jóvenes en algunos países. Con los principios del viejo paradigma, el actual deterioro económico y social es inevitable. Sin embargo, contamos con conocimientos, tecnología y recursos suficientes para establecer un nuevo modelo en el que todos podamos tener cubiertas nuestras necesidades básicas y disponer de oportunidades para una vida mejor.

 

      La global crisis sistémica arrebata el desarrollo y la libertad, obliga a replantear las estrategias económicas fallidas. Los planes de actuación económica establecidos o a punto de establecerse han sido alterados por las crisis, las condiciones han cambiado y se han abierto nuevas posibilidades. Cuando un modelo de acumulación se agota, el sistema entra en crisis y obliga a cambiar las estrategias, adaptando las nuevas políticas económicas al nuevo paradigma. Para legitimar cualquier estrategia duradera se necesita una teoría económica en la que basarse.

 

      Cuando las variables macroeconómicas se invierten, los déficits públicos se disparan, haciendo imposible cumplir los límites fijados por los pactos de estabilidad y crecimiento, la inflación se convierte en deflación y el Estado interviene sin reparos en el mundo de las finanzas y los negocios.

 

      Como consecuencia de las crisis, se hace evidente la impotencia ante los errores en las estrategias de política económica y social. Sería una equivocación plantear una solución bajo las mismas premisas y los mismos enfoques del pasado. Se hace necesario replantear con criterio lógico todas las estrategias anteriores, y deducir un enfoque más útil. Si queremos un desarrollo sostenido, son imprescindibles otras políticas que sobrepasen el estrecho y deficitario marco económico actual.

 

      Toda crisis representa el fin del modelo anterior y la creación de un nuevo esquema paradigmático. Por ello, las políticas económicas y sociales han de ser revisadas completamente, las teorías neoclásicas y los principios de política económica neoliberal, así como los planteamientos keynesianos, que constituían el marco del paradigma anterior no responden al bien común. Es imprescindible una nueva estrategia económica que oriente el modelo que surgirá de la crisis, y devuelva el valor, la moral y la dignidad al ser humano.

 

      Los Estados, para hacer frente a la crisis, han intervenido de forma decisiva rescatando al sector financiero y a ciertos sectores industriales, saltándose y abandonando los principios asumidos por las políticas basadas en los dogmas indiscutible de toda la teoría económica dominante en las últimas décadas. Parece como si, de forma momentánea, se hubiese transitado del fundamentalismo neoliberal a una aproximación del keynesianismo tradicional, sin que se haya hecho un reconocimiento implícito. Se confía en que la intervención pública sea temporal, apoyándose en los principios del libre mercado: el imperio de la ley, el respeto por la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en los mercados competitivos, sostenidos sobre unos sistemas financieros eficientes y eficazmente regulados. Estos principios son esenciales para el crecimiento económico y la prosperidad, habiendo ya liberado a millones de personas de la pobreza y elevado sustancialmente el nivel de vida a escala global, sin embargo, la reducción del nivel de vida real está conduciendo al endurecimiento de las condiciones de trabajo y de vida del individuo.

 

      La integración de los dirigentes sociales en la lógica de las sociedades capitalistas hace difícil pensar y más todavía actuar con otros parámetros distintos. Desear un cambio de modelo no es suficiente, hay que generar uno nuevo de acuerdo a las posibilidades tecnológicas actuales y futuras. La educación, la investigación y la innovación son condiciones necesarias para este cambio pero distan mucho de ser suficientes si no se genera previa o por lo menos simultáneamente una estructura productiva industrial y de servicios mucho más potente y tecnológicamente avanzada que sirva de soporte a la mano de obra y sus conocimientos mejorados, y una estructura social e industrial que legitime una transformación del paradigma. Se necesita un nuevo concepto de valor económico, que de respuestas a todas estas problemáticas, que determine un cambio de modelo.

 

      La sobreproducción generalizada, el agotamiento de los recursos naturales, los límites energéticos y ecológicos... hacen obsoletas las recetas del régimen neoliberal, requieren de un nuevo modelo. Si no se resuelven los problemas de fondo se estará incubando una próxima crisis de mayor magnitud, más dramática y más larga, con consecuencias todavía más devastadoras que la última crisis.

 

Desde la creciente dependencia de la importación de alimentos de amplias partes de la población mundial, hasta, pasando por los efectos de retroalimentación causados por el deterioro de los océanos y el deshielo del Ártico, la migración forzosa de una nueva categoría de refugiados, o la propia pérdida de valor de activos financieros como consecuencia de la escasez de recursos y la degradación ambiental, son todas ellas importantes amenazas a la sostenibilidad. Igualmente, estos componentes constituyen nuevos factores de aumento de la conflictividad global, incrementada por unas desigualdades que rebajan la calidad democrática, al tiempo que hacen difícil la convivencia.

 

      Las raíces de estos problemas deben buscarse tanto en un modelo económico predominante obligado a crecer exponencialmente, como en un modelo energético dependiente de los combustibles fósiles, que sostienen la actual civilización industrial. La reproducción en el tiempo de ambos modelos es ya claramente una quimera contraproducente.

 

 

      Un porcentaje significativo del abuso de los recursos son causa de un derrochador estilo de vida. La sociedad moderna es adicta al consumo favorecido por la posibilidad de endeudamiento y, sobre todo, por el constante bombardeo publicitario al que se somete a las personas.

 

      En la actualidad, la economía mundial se enfrenta a dos crisis importantes: al colapso económico fruto del endeudamiento que limita la liquidez del sistema llegando a un punto en el que la deuda entre las economías supera la capacidad de pago en términos del PIB de las propias economías endeudadas; y al aumento de la longevidad de las personas ligado a los programas de jubilación que los gobiernos están comprometidos a satisfacer, obligados a subir los impuestos o a recortar beneficios, opciones que amenazan severamente la estabilidad del mundo moderno.

 

      A estos problemas hay que sumar el empleo irracional de los recursos naturales y de tecnologías que agreden el entorno, la extensión mundial de la pobreza y la falta de oportunidades para que una gran mayoría de la población pueda atender sus necesidades más elementales. Seguir con las viejas fórmulas plantea diversas incógnitas de futuro que sólo pueden ser resueltas positivamente al evolucionar hacia un sistema capitalista humanitario.

 

Si seguimos igual, ¿Dónde está la demanda que sostendrá dicho modelo? En el sistema actual se desconoce, en el nuevo paradigma, el individuo, como actor económico constante y medible, realizará sus gastos básicos cubiertos por el mínimo valor de su vida implementando en el sistema el nuevo dinero de subsistencia que estabilizará la oferta y dará recursos a la demanda, fluyendo el capital de abajo arriba, de forma constante y previsible.

 

      Si seguimos igual, ¿Se atravesarán periodos en los que aumentará el paro y que, sólo se resolverá con una generosa y adecuada política de subsidios, renta básica o similares? Si aplicamos los principios de la vieja economía no podrá ser de otro modo -las crisis son cíclicas-, sin embargo, si implementamos el valor mínimo de la vida prácticamente no serían necesarias ya que las necesidades mínimas del individuo estarían aseguradas por el sistema global de subsistencia.

 

      Si seguimos igual, ¿Se podrán generar suficientes puestos de trabajo cualificados? Si se siguen aplicando las recetas con los mismos parámetros que nos llevan a las crisis, evidentemente, no. Sin embargo, si implementamos el valor de subsistencia costeando el desarrollo de la industria aéreo-espacial con el fin último de poblar otros planetas, no sólo crearemos infinidad de puestos de trabajo cualificados, sino que, además conseguiremos una salida digna al problema de sobrepoblación en la Tierra.

 

 

      Si seguimos igual, ¿Nuestros dirigentes políticos y sociales actuarán con tal irresponsabilidad como para ignorar el valor mínimo de la vida y no plantear claramente la situación a sus administrados? La actuación de los políticos dependerá de la voluntad popular, siendo estos sus representantes legítimos, si la ciudadanía se manifiesta mayoritariamente en favor de la evolución del sistema capitalista hacia un sistema más humano basado en el valor mínimo de la vida como recurso de subsistencia. Sería inmoral ignorar las posibilidades que ofrece el recurso que nos ocupa.

 

      Si seguimos igual, ¿La ciudadanía se mantendrá pasiva ante la destrucción de todas las conquistas sociales logradas con el esfuerzo de siglos? La ciudadanía formará parte activa al entender como derecho fundamental de subsistencia, el valor mínimo de la vida, reconocido e implementado por la ONU, es decir, por las constituciones de todos sus Estados miembros. De esta forma se perseverarán las conquistas sociales y se extenderán por todo el globo. Lo que hay que hacer es dar un paso hacia adelante propiciando un sistema mucho más estable. Un nuevo paradigma humanitario.

 

      Si seguimos igual, ¿Habrá de abandonar todo intento de lograr sociedades justas que permitan la amplia realización de los seres humanos? Tal y como están las cosas, la resignación es patente, sin dinero no hay sociedad del bienestar. Las exigencias del mercado y la deuda de los Estados, han recortado las alas, en mayor o menor medida, a la mayoría de comunidades desarrolladas que disfrutaban de bienestar económico y social, limitando servicios y rebajando derechos sociales. Esto no quiere decir que no se pueda plantear un nuevo recurso de riqueza, basado en el valor mínimo de la vida, más bien todo lo contrario, hace urgente y necesario la implementación de este nuevo valor para sostener la sociedad del bienestar y ampliar sus beneficios al resto de Estados y ciudadanos.

 

      Si seguimos igual, ¿La ciudadanía estará dispuesta a someter nuestras vidas a los mercados supuestamente autorregulados que producen la riqueza para muy pocos, unas difíciles condiciones de trabajo y de vida para la mayoría, y la pobreza y la marginación para amplias capas de la población? Evidentemente que no, pero si no dispone de dinero, por falta de trabajo o por circunstancias diversas, no tendrá otro remedio que sufrir las consecuencias de su carencia, sin embargo podrá sobrevivir bajo mínimos gracias al Pacto Humanitario. La voluntad de todos en beneficio de todos, implementando el valor mínimo de la vida, transformará este negro futuro en un capitalismo con rostro humano, salvando desde la base al individuo, haciendo valer su derecho a una vida digna.

 

Si seguimos igual, ¿Habremos de reaccionar con energía para decir colectivamente “basta, hasta aquí hemos llegado”? No hay duda, tendremos de reaccionar de forma pacífica y plantear el nuevo modelo humanitario y social como imperativo ineludible, deseable y justo. No basta con decir basta, hay que concienciarse del valor propio y plantear la vía humanitaria como solución a la deshumanización de las sociedades.

 

      Si seguimos igual, ¿Tendremos la conciencia, el coraje, la voluntad, la capacidad de poner freno a este sistema que destruye la cohesión social y la naturaleza? Ante este panorama se hace imprescindible implementar en el sistema un valor mínimo de vida, un nuevo planteamiento de base que ponga freno a la sanguinaria, desalmada, cruel, brutal, despiadada, implacable y destructora deriva del sistema capitalista. Por supuesto que sí.

 

 

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